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A la sombra del Teide

El Teide contempla con serenidad los cambios que la vida provoca alrededor de sus dominios.

Desde lo alto de la cumbre, la mirada volcánica desciende tranquila por el Valle de La Orotava, atraviesa la escarpada ladera de Tigaiga en Los Realejos, y se detiene a descansar en la arena negra de sus playas, donde observa al profundo Atlántico en el que nació.

Cuando anochece, un cielo reluciente de estrellas alumbra los límites inexpugnables del Teide. Los vientos alisios extienden su manto perpetuo sobre el pinar, y los pinzones azules se abrigan con él. Una capa serena cubre de rocío los dragos centenarios de las medianías, y enciende la historia de los tiempos que corren por su antigua savia. Los cernícalos buscan su guarida entre los cardones, y aprovechan el laberinto de sus tallos pentagonales, para detener entre ellos el vuelo. Hasta las tabaibas de la costa —hogar de pájaros y lagartos— aprovechan el rocío nocturno para refrescarse tras las horas más ardientes del día.

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Las gentes que viven a la sombra del gran volcán creen que aquellos que alcanzan la cima, pueden tocar las estrellas. Cada noche, los cuerpos celestes lucen grandes y diáfanos, como diamantes sobre un broche nocturno, y su brillo ilumina las calles de todos los pueblos. En cuanto amanece, un mar de nubes espesas, blancas y algodonadas como la panza de un burro, se extiende por el valle de Taoro perfumando cada pueblo con fragancias de retama y sal.

El volcán y el fuego

En el origen de la historia, el volcán del Teide emergió imponente de las entrañas marinas con la fuerza de Guayota, el demonio que habita en su interior.

Achamán y el demonio

Los guanches, primeros habitantes de la isla, temían que un día Guayota saliera y abrasara con su lava incandescente todo lo que encontrara a su paso. Para evitarlo imploraron la misericordia de Achamán, el dios supremo, que derrotó al demonio y lo encerró en el interior del Teide.

Ahuyentando a Guayota

Cuenta una leyenda que a partir de ese día, cuando el volcán amenazaba con entrar en erupción, las gentes de la isla presentían que Guayota quería salir de nuevo, y para ahuyentarlo encendían hogueras a su alrededor. Si lograba liberarse de su prisión ardiente se encontraría con el fuego, y pensaría que estaba en el infierno. De esa forma, retrocedería sin causarles ningún mal.

Cruces y Fuegos de Mayo

Algunas personas creen que cuando llega la fiesta de Cruces y Fuegos de Mayo de Los Realejos, Guayota no se atreve a salir de su prisión por el impresionante espectáculo pirotécnico que sucede la tercera noche del mes. Tal vez tema que el fuego y el ruido procedan de la ira de Achamán, y que su fuerza volcánica no sea suficiente para derrotarlo.

Echeyde, como los guanches llamaban al volcán Teide, ha sido un histórico símbolo de unión e identidad para todos los pobladores de la isla. Incluso aquellos que un día se marcharon, sienten la influencia del volcán en sus corazones, como el recuerdo de un padre amado que alumbra sus orígenes donde quiera que estén. También los foráneos que deciden establecerse en la isla sienten al poco tiempo la llamada del Teide, y se rinden ante su poderosa belleza con el más profundo respeto.


De una u otra manera, el Teide es un lugar sagrado, la representación de lo bueno y lo peligroso, la protección y la amenaza. Es un axis mundi del que parten los cuatro puntos cardinales y también donde se encuentran. Y es ahí, frente al padre Teide donde comienza nuestra historia, la del pueblo de Los Realejos y sus fiestas ancestrales.

Los hijos del Teide,
habitantes de Los Realejos

Los descendientes de los guanches poblaron toda la isla, mezclándose luego con los colonos españoles tras la conquista de Canarias. Los del norte están sujetos sin remedio al exigente y benigno influjo del Teide, que lo mismo les infunde valor como prudencia.

La escarpada orografía, alta y acantilada en Los Realejos, no condiciona el empeño de sus habitantes. Sobre la roca volcánica, y a la sombra de la corona forestal, cultivan con tal tenacidad la tierra, que de ella brotan plantaciones de los más variados cereales, hortalizas, tubérculos y frutas.

Domina el verde en la cumbre y el tomillo marino en la costa. Los viveros de flores exóticas compiten en jardines y veredas con las silvestres, que ganan por su perfume. Bosques termófilos cohabitan con la laurisilva en laderas imponentes, como vigías, que descienden hasta las cinco calas con las que cuenta el municipio. Allí habita el imperturbable lagarto tizón y allí se esconde la pardela para construir sus nidos, en el mismo espacio donde nace una de las fiestas más antiguas de Los Realejos: Las Cruces y Fuegos de Mayo.