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Las calles El Sol y El Medio de Arriba

Despuntan las primeras horas del alba a toque de campanas, y el día despierta perezoso en Los Realejos. Este no es un día cualquiera, hoy el aroma de las flores embriaga los sentidos, fundiendo la historia con las costumbres. Hoy el paisaje se transforma en lo real maravilloso.

El visitante debe aprovechar los primeros rayos de la mañana para admirar con toda su frescura el trabajo artesano de los vecinos. Los altares se erigen en espacios cubiertos con tejido de damasco, y las cruces se adornan con anturios, orquídeas, rosas gigantes y multitud de flores. Todo para engalanar cada rincón del pueblo. Pero si hay dos calles famosas en el municipio esas son la calle de El Sol y la calle de El Medio. El histórico pique entre las dos han dado sentido a una de las tradiciones más impactantes de la fiesta.

Durante la jornada del 3 de mayo las flores embriagan silenciosas el ambiente, pero al caer la noche el protagonismo lo tiene el fuego. Los coloridos matices que el sol enciende desde el amanecer, se abren paso luego en el brillante cielo nocturno que posee Los Realejos. A ese magnífico broche celeste llega uno de los espectáculos pirotécnicos más importantes de Europa. Ese mismo día tiene lugar el pique entre las dos calles: un enfrentamiento pacífico donde no hay, ni habrá, vencedores ni vencidos. Es un día grande en Los Realejos.

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Dos calles,
un sentimiento

Cuando se habla del pique entre los vecinos de la calle El Medio y la calle El Sol se habla de un hecho histórico. Pero también se está haciendo referencia al estruendo, al estallido de color cuando pasa la Santa Cruz en procesión. Así ha sido durante siglos… pero no siempre. Este pique que ahora favorece una sana rivalidad y que ha potenciado el valor artístico de la fiesta, en otro tiempo los llevó al enfrentamiento, incluso a una batalla campal el mismo día 3 de mayo.

Dos clases sociales

Según relatan algunos estudiosos, en el siglo XVIII la calle de El Sol era el lugar en donde residían los campesinos y medianeros, y en la de El Medio se levantaban las casas señoriales de los propietarios de las tierras. Los dos bandos, de diferente clase social, rivalizaban para ofrecer la fiesta más sonada y llamativa, pero el enfrentamiento también reflejaba las desigualdades sociales de entonces.

Una batalla majestuosa

Llegado el día de la fiesta grande, las calles se engalanaban ricamente con arreglos florales y altares para honrar el paso de la Santa Cruz. Las hogueras, el humo y el jolgorio también acompañaban a la procesión, con la intención de que el ruido que producían llegara a los vecinos de la calle contraria. El Sol y El Medio competían cada vez más en adornos y en bullicio, demostrándose su potencial y recursos. Con el tiempo llegaría la pólvora, las tracas, los cohetes voladores y los fuegos artificiales. La batalla fue ganando intensidad, pero sobre todo, cobraba belleza y majestuosidad.

El carácter festivo

De esta manera, el pique entre El Sol y El Medio fue creciendo a pesar de que cada año parecía imposible superarse. Con el paso del tiempo, cuando las desigualdades fueron desapareciendo y los vecinos de una y otra calle ya no tenían motivos para el enfrentamiento, continuaron el pique con un carácter festivo.

Vecinos de las dos calles han logrado que aquello que parecía imposible sucediera: que la noche se iluminara por completo, con el Teide como testigo mudo de ese pequeño milagro.

Tradición con linaje

Por eso, si en otro tiempo la rivalidad supuso distanciamiento entre vecinos, hoy representa la unión y el esfuerzo común por mantener la tradición. 

Un pique en el que no hay vencedores ni vencidos, una batalla en la que todos ganan. No obstante, reconocer el carácter reivindicativo del pique también es una demostración de soberanía, ya que la fiesta es del pueblo y son sus vecinos los que la organizan y la llevan a cabo.

A lo largo de la historia, la veneración a la cruz no solo se ha mantenido intacta sino que se ha reforzado. Las familias enraman sus cruces, muchas veces antiguas herencias de sus antepasados, no solo por un significado religioso sino también de linaje y pertenencia. Año tras año, las capillas y altares son diferentes, haciendo gala de un meticuloso arte popular que se transmite de una generación a otra, como testimonio de una tradición. Aunque efímero, el resultado de este arte se manifiesta en un estallido de sensaciones que nunca se olvida.

Porque la fiesta de Cruces y Fuegos de Mayo no se puede entender sin los arreglos florales que llenan de colorido, de vida y de aromas Los Realejos.