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Reino de Taoro

Amanece en Taoro, tierra de mi padre. La luz del sol Magec inunda el valle, despertando a los pinzones azules del Teide que duermen en los pinos. Con los primeros rayos comienzan las tareas en el pueblo, y yo acompaño a mi padre, el mencey Bencomo, en el paseo diario por sus tierras.

Vida cotidiana

Me llamo Dácil y mi historia comienza antes de la llegada de los castellanos. Soy princesa porque mi padre es rey, mencey de los guanches de Taoro, la tierra que ahora comprende los municipios de Los Realejos, La Orotava, Puerto de la Cruz, Santa Úrsula y San Juan de la Rambla.

Mencey Bencomo

En tiempos de guanches la vida discurría animada entre el cuidado del ganado y el cultivo de cereales, una actividad que en este municipio de Los Realejos ha sido tan esencial en el pasado como en la actualidad, pues sigue siendo comarca de cereal. De aquí procede la mitad del grano que se consume en Tenerife, con el que hacemos el pan y elaboramos el gofio. Cada verano los campos se visten de un suave dorado, y los realejeros se preparan para la siega, como también lo hicimos nosotros en el pasado.

Dioses, chamanes y reyes

Los aborígenes de Tenerife vivíamos en consonancia con nuestras leyes y ritos, unidos a la naturaleza como principio y fin de la vida. De esa naturaleza nacían los dioses, que gobernaban el mundo y la existencia, y también la muerte. Cuando un familiar fallecía su cuerpo se embalsamaba siguiendo un proceso que, aún hoy, muchos estudiosos se esmeran en comprender.

Guayota el demonio para los guanches, moraría en los volcanes, pero principalmente en Echeide
(castellanizado como el Teide)

Es cierto que la mayoría de los guanches murieron en la batalla contra la conquista de los castellanos, otros fueron vendidos como esclavos en la península, pero también algunos superamos las barreras del tiempo, gracias a las crónicas de la conquista, y al estudio de los expertos sobre nuestras vidas. Nuestra historia guanche palpita aún en cada rincón de esta tierra.

La conquista

Días antes de la llegada de los castellanos realizamos un ritual con la esperanza de conocer los augurios dados por los dioses. Recuerdo que estaba en la orilla de la playa, la que hoy se conoce como La Fajana, y contemplaba el horizonte sentada sobre la arena negra. 

Unos días después divisamos los primeros barcos avanzando sinuosos y con rapidez. Con ellos se acercaba también el final de nuestro tiempo. Un mal peor que Guayota caería sobre la isla. Perderíamos la tierra y la libertad. Nuestra forma de vida iría desapareciendo en cada batalla, como la madera en el fuego.

Playa El Socorro

La gran batalla

Llegado el momento, Bencomo reunió a todos los menceyes del norte de la isla para que lucharan con él. Se sucedieron dos grandes batallas. En la primera conseguimos detener el avance de los castellanos, y muchos de aquellos hombres extraños cayeron en la Matanza de Acentejo. Pero su capitán, Alonso Fernández de Lugo, no se rindió. Nosotros tampoco.

La segunda gran batalla se produjo en la llanura de Aguere. Allí sufrimos una fatal derrota. Mi padre, el gran mencey Bencomo, moría después de luchar con todas sus fuerzas. Con él también moría una parte de nosotros.

Tras estos acontecimientos, Bentor se convertía en el nuevo mencey, como marcaba la tradición. De inmediato, lideró la resistencia contra los castellanos. Todos creíamos en él, pero ¿cómo podría hacer frente a ese ejército de hombres, empeñados en conquistar nuestra tierra y convertirnos en esclavos? Solo nos quedaba el orgullo de luchar hasta el final.

«Solo nos quedaba el orgullo de luchar hasta el final.»

Bentor, el último mencey

El territorio de mi padre se extendía por una vasta extensión del norte de la isla. Hoy, ese territorio se divide en tres municipios, uno de ellos es Los Realejos, donde continúa mi historia.

Cuando el conquistador Alonso Fernández de Lugo se supo victorioso, tras acabar con la vida de Bencomo, pidió la rendición de todos los guanches de Taoro, pero mi hermano Bentor no estaba dispuesto a rendirse. Antes de perder la libertad prefería morir.

Poco tiempo necesitó Bentor para comprender que los castellanos habían conquistado su reino y no había salvación alguna para su pueblo. Entonces, subió al risco de Tigaiga en Los Realejos, acompañado de unos pocos guerreros, y allí lanzó un último grito antes de arrojarse al vacío.

Los bucios sonaron de nuevo anunciando el final de una estirpe, el final de un pueblo. Era el año 1496.

Mirador El Lance, estatua en honor a Bentor
Hoy en día, en ese lugar llamado el mirador de El Lance, una escultura se levanta en su honor. A los pies puede leerse una cita del máximo exponente de la ilustración canaria —nacido en Los Realejos— el historiador José de Viera y Clavijo: «Los Menceyes de Tenerife no habían conocido jamás la vileza de sujetarse ni obedecer a otros hombres como ellos».

Bentor y todos los guanches pelearon por su tierra y por conservar su forma de vida. Por eso, todos los habitantes de esta isla reconocen su gesta en canciones populares y poemas.

Yo huí a las tierras del sur, y allí formé una nueva familia con otros guanches que sobrevivieron. Algunos cuentan que me casé con el capitán de caballería Gonzalo del Castillo, y otros dicen que fue mi hija. Escritores y poetas han relatado historias y leyendas sobre mi vida, mi belleza y mi final, donde la realidad se mezcla con la ficción. Lo que nunca podrá negarse es que fui princesa guanche, hija del gran mencey Bencomo y hermana del valiente Bentor. La memoria de mi familia sigue presente en cada rincón de estos valles, como símbolo de nuestra historia e identidad aborigen.

La Cruz Santa

Tras la conquista vendrían otros tiempos, marcados por la paz y la mezcla cultural. El valle recuperó su esplendor gracias a las familias que labraron la tierra y fundaron barrios. En su afán de comunidad, se crearon fiestas y se adoptaron costumbres, por lo general, en torno a una plaza y una iglesia.

Uno de esos barrios, por el que tantas veces transité cuando en él solo habitaba la naturaleza, es el colorido barrio de La Cruz Santa, en la zona este de Los Realejos.

Lleva ese nombre porque fue en sus límites donde se descubrió la cruz del Santo Madero. La leyenda que envuelve su hallazgo forma parte también de la historia del pueblo, y significó el comienzo de la fiesta de la Cruz, que se celebra cada 2 de mayo.

Pero esta historia ya no me corresponde a mí contarla.